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Pequeños detalles: DayZ

Al final eres otro ladrillo en el muro.

"Pequeños detalles" es una serie de artículos dedicados a analizar los elementos individuales, filosofías de diseño y demás aspectos que marcan a videojuegos concretos.


La gente es imbécil. Los demás son todos unos borregos, no piensan, no tienen sensibilidad. No se detienen a apreciar los pequeños momentos de la vida, porque están demasiado ajetreados yendo de un lado a otro. Viven para sus trabajos. No saben amar. No saben hablar. Pasan como maletas, sin pensar, otro engranaje en la colosal sociedad capitalista que nos corroe. Pero yo no. Yo sí pienso, sí razono. Cuando digo que alguien no tiene ni puta idea, es porque es cierto, no porque sea un maleducado ¿Qué os creéis? Lo que pasa es que yo soy un individuo consciente. Y no hablemos de las películas de zombis. Menudos idiotas que son todos. No aguantarían ni cinco minutos ahí fuera. Menos mal que yo sé tanto sobre el tema y tengo dos dedos de frente. Salvo que no es así. Todos somos inteligentísimos y muy profundos hasta que llega la hora de la verdad, y el videojuego, incluso cuando intenta hacértelo pasar mal, como pueda ser en un survival horror, cree en ti. Sabes que, en algún momento, llegarás al final, completarás la historia y serás increíble. Aquí tienes tu logro, tu trofeo. Y entonces llega Day Z. Han pasado los años y el subgénero de la supervivencia es uno de los más populares del momento, pero no todos comparten el mismo sentimiento que uno de sus padres: no eres distinto de los demás.

Es probable que a estas alturas de la película estéis familiarizados no tanto con el juego sino con su cultura. Day Z tiene vídeos protagonizados por sociópatas que caminan con un hacha a medianoche al ritmo de Livin in the Sunlight y frikis deambulando bajo la luna mientras entonan cánticos místicos, pero su gran historia es la de Christopher Livingstone, que describió en Rock, Paper, Shotgun su run con muerte permanente definitiva. En otras palabras, si mueres en el juego, lo desinstalas, lo borras por completo de tu cuenta y no vuelves a jugarlo nunca en tu vida. Jamás. Y este es un hombre que había invertido cientos de horas en Day Z. Cero risas; esto es como dejar de fumar porque has perdido una apuesta. Si queréis conservar el misterio, os recomiendo que leáis el artículo, porque aquí viene el spoiler: Livingstone muere, y no muere de forma noble. No narra cómo llega de la nada, reúne unas pocas herramientas, encuentra un grupo de bandidos, empieza una aventura épica y acaba falleciendo ante su rival tras semanas de ardua lucha. Más bien se pasea sin encontrar nada, sin encontrar a nadie, hasta que un zombi le causa una herida que no deja de sangrar, pierde el conocimiento y muerde el polvo. Parece salido de Juego de Tronos. Leyendo el artículo, es fácil sentir el proceso por el que Livingstone estaba pasando. Casi se le puede oír gritar cómo no puede morir así. Así no, por favor. Él mismo lo escribe: "Esto no puede ser el fin. Encontraré algo". Pero no. Muerto en soledad, sin que nadie le haya visto. Otra víctima del apocalipsis zombi.

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Hay algo especial en ese patetismo, en esa idea de luchar porque no puede ser, no voy a morir porque haya cometido un error. Es un desliz tonto, dadme otra oportunidad. Miras un segundo en la dirección equivocada y eres víctima de un accidente de tráfico. Tu corazón no late una sola vez al ritmo marcado y sufres un infarto. Y se acabó. Hay muchos relatos maravillosos en Day Z, pero os invito a jugarlo y os invito a compartir vuestras historias. Esta es la mía: una vez sobreviví tanto tiempo que prácticamente me suicidé. Había pasado la primera fase crítica, tenía algo de comida y herramientas para salir al paso, pero no había absolutamente nadie. Nada. Ningún sitio para empezar una historia legendaria; tan sólo yo, el campo, y ni siquiera un triste zombi. Ni uno. Estaba explorando los bosques tierra adentro, algo que había oído era muy poco recomendable, pero estaba aguantando demasiado y algo tenía que ocurrir. Y no ocurrió nada. Investigué, busqué y rebusqué y al final fui víctima de ese zombi que no supe ver. Plof. Nueva partida. Lo más notable que me ha llegado a ocurrir fue encontrarme con un grupo de jugadores, inspirados de la vida ellos, que iban ataviados en trajes de camuflaje a juego con sus rifles de francotirador. Me acerqué a ellos con la idea de vivir alguna alocada aventura, aunque fuese un secuestro, y entonces el tipo al que estaba mirando me pegó un tiro en la frente. No tuve tiempo ni para reaccionar.

Con esto no vengo a decir que Day Z sea nihilista y la vida sea miseria y condenación, pero es interesante entrar en un título tan reconocido por sus historias emergentes y las locuras de su comunidad y encontrarte con que no eres el afortunado. La lotería no es para ti. Para muchos esto que hago, el escribir sobre videojuegos, vivir jugando a los títulos que salen y comentarlos, es un sueño. "Oh, qué lujo, ojalá". O quizá no, quizá simplemente me leáis y penséis que soy un robot o no lleguéis a concebir que soy una persona. Tampoco vais desencaminados. Brad Pitt y Steven Spielberg son seres humanos de carne y hueso, pero no es tan fácil pensar que un buen día te los puedas cruzar en la calle mientras vas a comprar el pan. Están ahí, en la pantalla, haciendo sus cosas de famoso. A ti te toca lo tuyo, pero no es aparecer en Ocean's Eleven. Hay cientos de famosos, miles de grupos de música, más dibujantes de los que se puedan contar, pero seguramente tú no seas ninguno de ellos, y seguramente lo hayas intentado. Habrás montado una banda con tu grupo de amigos o "estarás escribiendo un libro" en algún momento de tu vida. Day Z es un reflejo de nuestro lugar en el mundo, y esto no viene a decir que si fracasas ahí fracasarás en la vida, no seamos idiotas. Es un reflejo más abstracto, la idea de que eres uno más, uno entre tantos, y algunos lo consiguen y otros no. No todos podemos protagonizar esos alocados vídeos de YouTube. A veces simplemente mueres porque no has sabido ver un zombi. "No, no puedo morir aquí", pero ahí estás, muriendo como un campeón. Day Z enseña humildad a hostias. En su absurdo, sus injusticias, esos momentos que rompen la gran historia que estabas viviendo, habla sobre nuestras vidas, lo aleatorias que son y cómo no eres más especial que nadie. No todos los días pueden ser especiales. A veces todo lo que harás será pasarte el día sentado frente al ordenador, escribiendo sobre videojuegos.

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