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Minecraft, arquitectura y niños pequeños

Una historia de destrucción y Le Corbusier.

Hay una lección muy valiosa que he aprendido como padre: nunca le digas a tus hijos que no toquen tu partida guardada de Minecraft.

Esto, por supuesto, debería ser obvio: los niños se ven atraídos de forma inexorable hacia todo aquello que está fuera de su alcance, especialmente si está relacionado con los videojuegos. Mis dos hijos, de cuatro y seis años, están obsesionados con Minecraft, y prácticamente es de lo único que hablan y piensan. Aunque disfrutaban jugando con los Lego, ahora sólo quieren cargar la obra maestra de Mojang para apalear zombis con el pico. Tarde o temprano echarían un vistazo a mi mundo guardado. Eso lo tenía asumido, pero lo que no sabía es lo que harían con él llegado el momento.

Tengo una buena razón para ser tan protector. Al ser un completo fanático de la arquitectura moderna pasé doce horas de juego construyendo una réplica a escala de la Villa Saboya, el famoso edificio diseñado por Le Corbusier en la ciudad francesa de Poissy en 1929. Resulta que el juego, con su diseño angular y sus característicos bloques, era la paleta perfecta para las construcciones del arquitecto suizo. Miraba con envidia las maravilla arquitectónicas que habían producido otros con la versión para PC del juego, pero si el modo creativo en mi Xbox 360 decidí hacer algo más modesto pero igualmente reconocible. Así que cogí de la estantería mi libro sobre Le Corbusier (todos deberíais tener uno), escogí un edificio y me puse a trabajar. Durante dos días.

Entonces tuve que marcharme de viaje por trabajo durante una semana. Mi mujer me preguntó si me parecía bien dejar jugar a los niños con mi Xbox mientras estaba fuera; no les dejo jugar solos demasiado a menudo porque son pequeños - y también porque son estúpidamente irresponsables. Pero pensé que eso le daría un pequeño descanso a mi mujer mientras estaba fuera y me sentía generoso, así que le dije que "simplemente no les dejes cargar mi mundo". "Vaaaale", contestó ella. Me dirigí a los niños y les dije seriamente "por favor no toquéis mi partida guardada". "No lo haremos, papá", fue su angelical respuesta.

El día que volví cargué Minecraft con mis hijos, porque querían enseñarme algo que habían construido en uno de sus propios mapas, el cual se llamaba, por supuesto, Caca. Todos sus mapas tienen una temática escatológica. Porque son estúpidamente irresponsables, claro. Estábamos mirando la lista de partidas guardadas y me iban explicando qué habían hecho en cada una de ellas. Pero cuando pasamos por mi mundo, se callaron y se miraron el uno al otro. "¿Qué pasa?", pregunté. "¿Habéis entrado en mi mundo?".

Tras un momento de silencio Albie, mi hijo más pequeño, dice que "Zac echó un vistazo...".

Cargo el mapa. El mapa en el que no quería que entraran. El mapa con mi villa de Le Corbusier.

El mundo del juego aparece en la pantalla. Miro alrededor - se que es el lugar correcto, porque reconozco las picudas montañas en la distancia, a la izquierda de mi edificio. Pero algo falla. Ah, sí, eso es... el edificio no está. Cuando empieza a disiparse la confusión me doy cuenta de que mi personaje está frente a una pequeña torre de adoquines, de unos seis bloques de altura. Eso es todo, eso es todo lo que quedaba de mi imponente construcción.

Y la destrucción no terminaba ahí. Todo lo que había a mi alrededor, toda la tierra en las inmediaciones y todos los bloques que había desperdigados por el lugar estaban ardiendo. En serio, con fuego de verdad. Mis hijos debían haber pensado que no era suficiente con desmantelar mi casa; habían decidido, quizás con el mismo espíritu desafiante con el que Saddam Hussein incendió los pozos de petróleo al retirase de Kuwait, seguir una política de dejarlo todo reducido a cenizas. No se podría salvar nada después de esto.

Lo que realmente me cabreó, lo que se me quedó clavado, es que yo ni siquiera sabía cómo hacer fuego. Es algo que habían descubierto solos, sin mi ayuda. Habían encontrado una piedra para hacer fuego, y habían usado ese ancestral conocimiento para incinerar mi casa.

"Por... por qué?", conseguí preguntar. Mis hijos se encogieron de hombros, ya aburridos de esperar a sentirse culpables y ansiosos por su próximo asalto al creativo universo de Marcus Persson. Decidí bajar del pedestal al que había subido para ver la destrucción antes de borrar la partida. Pero no pude, y eso fue el verdadero broche de oro. No pude bajar, porque estaba rodeado de agresivos lobos. "Zac estaba tirándoles cosas", me explicó Albie. "Y ahora son híbridos".

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Keith Stuart

Contributor

Keith Stuart is an author and journalist who has been covering video games culture for 20 years. He is the Guardian's games correspondent and his novels A Boy Made of Blocks and Days of Wonder are published by Sphere Books.

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