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FUEL

Campo a través.

No tardas mucho en darte cuenta de que las dimensiones épicas del mapa son a la vez principal virtud y problema del juego, y que el exceso de ambición se ha cobrado un precio muy alto. Los escenarios, generados de forma procedural —sería imposible cubrir tanto terreno a mano con un equipo pequeño de desarrolladores— son por eso mismo demasiado genéricos y carentes de personalidad. El equipo de Asobo Studios no ha caído en la trampa más común de estos escenarios apocalípticos —el tedio de estar siempre envuelto en un paisaje árido— y ha incluído distintos tipos de clima con sus respectivas tonos de color. Siempre es agradable saltar de las llanuras marrones a unos riscos cubiertos de maleza verde, pero conviene mencionar que estas zonas están localizadas con cierta coherencia —las zonas nevadas al norte, por ejemplo— y que llegar de una a otra puede llevarte 3 ó 4 horas si pretendes conducir hasta tu destino. Lógicamente no es necesario, y puedes moverte de un punto de interés a otro en un instante.

La exploración es supuestamente otra de las bazas de FUEL, pero hay muy pocos alicientes para dedicarse a ello. El mundo está completamente vacío, libre de cualquier presencia humana no motorizada. No hay poblaciones habitadas, y los únicos vehículos que se mueven por sus carreteras son en realidad objetos coleccionables que debes golpear. El vagabundeo se recompensa con algunos extras interesantes (nuevos vehículos) y muchos insípidos (prendas para el piloto, estilos de pintura) que casi nunca compensan el trayecto, y las pequeñas sorpresas ocultas por el mundo acaban saliendo siempre en alguna carrera del modo principal, así que el jugador que decida ceñirse a las competiciones no se perderá gran cosa.

La simulación de las físicas es algo decepcionante, teniendo en cuenta la importancia que deberían tener las suspensiones, las colisiones y los saltos en un juego de estas características.

O quizá si. Oculto entre todos los accidentes geográficos prescindibles FUEL guarda algún paisaje colosal, alguna Vista —marcada como tal en el juego— que se extiende, y no estoy exagerando, por decenas de kilómetros hasta el horizonte virtual. Escasos, o más bien difíciles de encontrar, pero están ahí y son algunos de los escenarios más bellos que se han visto en un juego. Por desgracia el paquete también incluye un ciclo día/noche, y es posible que cuando pases por un lugar destacable no puedas ver más allá de lo que iluminan tus faros. No es muy habitual quejarse de ésto, pero es una innecesaria concesión al realismo que arruina muchas horas de juego. Máxime cuando los efectos meteorológicos, como la lluvia, no afectan apenas a la jugabilidad; hubiera sido una delicia ver el polvo de las planicies transformarse en lodo y entorpecer el control, pero esa es otra oportunidad perdida. Durante nuestros paseos nos tropezaremos también con tornados o tormentas eléctricas y de arena, pero sus implicaciones jugables son las mismas. Eso no significa que no sean bastante espectaculares visualmente, especialmente en el primer caso.

Como experiencia es digno de ser probado: la escala monstruosa del juego es algo que no habíamos visto en consolas —o eso dice el Libro Guinness—, y merece la pena reservar algo de tiempo para recorrer sin un fin concreto un par de cientos de kilómetros, siempre y cuando no seas una persona extremadamente impaciente. Es una buena forma de palpar el siempre creciente alcance del videojuego moderno, incluso aunque Asobo carezca de la habilidad o los medios para aprovecharlo. Como juego de conducción, sin embargo, FUEL acumula demasiados errores y ninguna virtud redentora.

5 / 10

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