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Análisis de Maneater

En el fondo del mar no hay chismes de vecinas, solo ricas sardinas.

Eurogamer.es - Recomendado sello
Aunque peca de repetitivo en su estructura, Maneater es un título divertido, descacharrante y que atesora muy buenos momentos e ideas.

¿Alguna vez te han preguntado con qué animal te identificas más o cuál es tu favorito? Tómate tu tiempo para rebuscar en tu memoria, no hay prisa. Si la respuesta es afirmativa, hay altas probabilidades de que en algún momento de tu vida laboral hayas dado con tus huesos en un proceso de selección de esos en los que se hacen dinámicas de grupo, la gente debate intensamente sobre lo que haría con una variopinta selección de objetos en una isla desierta y, al final, se están dejando la piel para ser archiveros en una fábrica de tornillos o algo igual de relacionado con emplear una zodiac como tienda de campaña y transporte a la vez. El caso es que, salvo que te guste el riesgo u observar las reacciones de los demás, contestar a tu entrevistador "me identifico mucho con el tiburón blanco" puede dar al traste con tus expectativas laborales tanto como decir "el pez", insertar una incómoda pausa y rematar "payaso" sin despegar los ojos de tu interlocutor.

Pero no desesperéis, amantes de los escualos, porque Tripwire llega con Maneater bajo el brazo para que, de una vez por todas, saquemos a la luz el tiburón que llevamos dentro y conquistemos los siete mares.

Pero no vamos a encarnar a un tiburón cualquiera. En Maneater, contra todo pronóstico, hay una narrativa que hila toda la experiencia de juego: Scaly Pete, una de las leyendas locales de la pesca, está protagonizando un documental sobre el noble arte de la caza del escualo mientras se topa con un descomunal tiburón toro que no hace más que aterrorizar la ciudad de Port Clovis. Tras cazarlo y ejecutarlo sin piedad alguna, descubre no solo que es una hembra, sino que además está embarazada de una cachorrilla a la que quiere dejar su marca por si se topa con ella más adelante. En un temprano acto vengativo, nuestra heroína, antes de dar con sus cartílagos en el bayou, se lleva la mano de Pete como recuerdo, probando por primera vez el dulce sabor de la justicia y de la carne humana.

Y así es como empieza nuestra carrera hacia la aniquilación de nuestra némesis, encarnando a un pequeño tiburón toro que tendrá que crecer y abrirse paso a dentelladas a través de los más duros ecosistemas que el Golfo puede ofrecer. Maneater, en realidad, es un videojuego que quiere ofrecer al jugador la experiencia de surcar las aguas como un depredador temido, pero no sin antes haberse abierto paso desde cero, creciendo y evolucionando en un universo que oculta bajo y sobre sus aguas un sinfín de peligros.

Un universo, además, que está recreado de una forma sencilla pero sorprendentemente efectiva. Si bien Maneater no es un dechado de potencia gráfica - ni lo pretende en absoluto - sí que resuelve con un muy buen diseño todas sus ambientaciones y localizaciones, especialmente bajo el agua. Del mismo modo, todos los modelos de la fauna submarina están representados perfectamente e incluso, cuando nos dediquemos a enzarzarnos a dentelladas con algunos de los más grandes, se puede llegar a apreciar cómo van perdiendo las extremidades según les hinquemos el diente. Peor resultado se ve en el modelado de los humanos, que no pasan de cumplidores pese a optar por un aspecto más cercano al cartoon que al fotorealista. Cierto es que su presencia es más anecdótica, pero cuando la cámara los muestra de forma prominente aguantan el tipo a duras penas con la excepción, quizá, de Scaly Pete y su hijo. No obstante, y siendo como es un juego de encarnar a un pez, pasaremos mucho más tiempo en el agua que fuera de ella - aunque nuestros garbeos terrestres ocasionales sí nos los permitiremos - y ahí sí cabe señalar que detalles como los filtros que se aplican cuando surcamos las aguas son soluciones impecables que transmiten a la perfección la sensación de estar sumergidos.

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Del mismo modo, igual de impecable es la decisión de tener a un narrador acompañándonos durante todo el metraje. Por suerte o por desgracia, el público de los videojuegos está acostumbrado a cierto grado de exposición y, hasta nueva orden, los tiburones y demás fauna local no han encontrado un lenguaje para comunicarse entre ellos y que nos resulte inteligible a nosotros. Como quiera que dejar la práctica totalidad del título con cantos de ballena y chillidos de terror podría haber sido fantástico pero un tanto experimental, Tripwire ha optado por acompañar nuestras andanzas con una voz en off que emula las de los documentales que tantas siestas han acompañado en nuestro país. Si sólo se hubieran quedado ahí no sería especialmente reseñable, pero es que el tono escogido y el contenido de sus comentarios es fantástico: casi cada una de sus afirmaciones es una carga de profundidad contra el tren de vida actual y merece la pena descubrir todas y cada una de las localizaciones del juego sólo por saber qué as tiene guardado bajo la manga en forma de ácido comentario o referencia.

Y no serán pocas las localizaciones que tendremos que visitar. El golfo en el que se sitúa Port Clovis estará dividido en ocho zonas donde podremos ir deshilvanando la historia de nuestro escualo además de poder desarrollar muchas otras actividades. Para ello, contaremos con un control fino y preciso que nos permitirá desplazarnos ágilmente por el agua y de una forma más tosca y torpona por fuera de ella. Sí, habéis leído bien, porque cuando la situación lo requiera - generalmente zamparnos a algún viandante - podremos sacar nuestro tiburonesco cuerpo del agua y, mientras nuestras reservas de oxígeno lo permitan, liarnos a dentelladas con todo lo que pillemos por tierra y aire, impulsándonos a tripazo limpio generando grandes dosis de comedia. Eso sí, por el agua la cosa será mucho más fluida y elegante, controlando a nuestro amado tiburón como si de un caza estelar se tratase y pudiendo realizar todo tipo de maniobras con suma facilidad gracias a un control fino y preciso. Giros de ciento ochenta grados, tirabuzones, fintas e incluso dobles saltos como Kratos no serán problema para este estandarte de la evolución de los jaquetones.

Esa evolución será otro de los pilares sobre los que se irá desarrollando la experiencia de Maneater. Por algún oscuro designio del destino, un oscuro mutágeno ha plagado el golfo con su presencia y ese será uno de los detonantes que hará que pasemos de ser un simpático tiburoncete a la más espeluznante criatura que jamás haya surcado los mares. Para ello, iremos completando misiones, descubriendo localizaciones y aniquilando encallecidos cazarrecompensas, consiguiendo así diferentes mutaciones para nuestros órganos que sólo podremos equiparnos en la tranquilidad de una de nuestras grutas. Algunas de ellas nos facilitarán la vida a la hora de consumir presas, otras nos harán más hábiles sobre la tierra y otras, directamente, nos harán crecer exoesqueletos de hueso o terminaciones eléctricas por todo nuestro cuerpo, convirtiéndonos en una especie de tiburón tuneado, letal, horroroso y hortera a partes iguales. Además, podremos evolucionarlas, con lo que tendremos que tener un ojo puesto en qué nutrientes necesitamos para ello y poner nuestras fauces a trabajar para sacarnos esos dientes resplandecientes que hemos visto en el concesharknario.

Lo que nos lleva, directamente, a qué tipo de encargos se le suelen hacer a un tiburón. Como soy de letras, desconozco los quehaceres diarios del común de los escualos, sin embargo, en Maneater nuestro querido pez cartilaginoso tendrá muchas tareas ante sí. Todas ellas tendrán como denominador común sembrar el caos y la destrucción en el golfo de Port Clovis. Por una parte, y para hacer avanzar la historia, iremos trasladándonos de zona en zona de la ciudad sembrando el caos mediante acciones estratégicas. Entraremos en la playa y nos zamparemos a unos cuantos bañistas, saltaremos diez metros por encima del agua y nos cargaremos un barco... lo que vemos todos los años en las noticias. Así, iremos siguiéndole la pista a Scaly Pete y poco a poco nos dirigiremos hacia el inevitable enfrentamiento final. Mientras tanto, podremos explorar y disfrutar del entorno mientras descubrimos pintorescas localizaciones, coleccionar matrículas - para qué puñetas querrá un tiburón no una sino decenas de matrículas de coche - o perturbar los lugares de caza del mandamás de las aguas locales para así poder vérnoslas con él, a ver si nos deja un buen premio. Y todo ello con cuidado de no zamparnos a mucha gente, porque entonces vendrán los cazatiburones y, conforme nos los vayamos pelando, ganaremos puntos de infamia y la cosa se irá complicando como si fueran las persecuciones policiales del GTA pero en el agua y con un tiburón eléctrico subiéndose encima de un barco y comiéndose gente.

Es en este punto donde interesa señalar que, simple y llanamente, Maneater es un juego que cumple todo lo que se propone pero, a su vez, tiene ciertos aspectos sobre los que conviene poner el foco de atención. Por un lado, a la hora de estructurar el progreso y la evolución de nuestro escualo acierta de pleno. Los primeros coletazos de nuestro tiburoncillo son complicados, dubitativos y siempre eludiendo el peligro, prefiriendo la huida al combate y buscando presas de nuestro tamaño. Los combates en esos primeros compases son duros y a cara de perro, no siendo extraño morir muchas veces y escapando al primer vistazo de cualquier depredador que vaya nadando con cara de malas pulgas. Conforme crecemos y empezamos a dar rienda suelta a nuestro megalodón interior la experiencia cambia completamente, llegando a unos extremos de locura y despiporre en los tramos finales que son dignos de mención. Equipar y mejorar las evoluciones es una fiesta, con unos resultados dignos de películas de científicos con poco o nulo apego por la bioética. Es ahí cuando nos liamos la manta a la cabeza y empezamos a meternos en combates constantemente con toda la fauna que nos encontramos, a dar saltos por las playas mientras nos comemos gente porque sí, por probar, y a hacer locuras con nuestro tiburón acompañados de unas mecánicas de movimiento o de combate increíblemente satisfactorias. No obstante, para llegar hasta ese punto, hay que pasar por un sistema de misiones, actividades y side-quests que puede llegar a hacerse cuesta arriba por su excesiva simplicidad. Hasta cierto punto es comprensible - un escualo no puede planear un atraco, por ejemplo -, pero eso no hace menos obvio el hecho de que en todas las zonas la estructura es prácticamente la misma. Llegar, hacernos con nuestra gruta, sembrar el caos comiéndonos a gente de la zona, crear disrupción en el ecosistema para zamparnos al apex predator de la sección, ver el tramo de la historia... aclarar y repetir.

Y, sin embargo, eso no le resta diversión a gran parte del apartado jugable de su propuesta. Cuando saltas a diez metros de altura sobre el barco de un guardacostas que quiere cazarte con dinamita y te lo comes de un bocado se te olvida todo lo anterior. O cuando sales fuera del agua y te dedicas a perseguir por la playa a toda la gente que es incapaz de procesar que hay un tiburón toro dando brincos sobre la arena. Porque, al final, Maneater es un juego que quiere que te metas en la piel de un tiburón y disfrutes de la experiencia. Que estés comiéndote a todo bicho viviente que puedas, que explores, que crezcas, que evoluciones, que te abras paso a dentelladas y que siembres el caos y la destrucción allá donde vayas. En muchas ocasiones lo consigue y resulta endiabladamente satisfactorio y divertido. Sus escenarios están llenos de recovecos por los que meterse y encontrar localizaciones y coleccionables mientras disfrutamos de los comentarios de su fantástico narrador. Cuando damos rienda suelta a nuestra sed de venganza, nos ofrece combates marinos, caos y escenas descacharrantes. El único peaje a pagar es un desarrollo simple y repetitivo en su estructura pero si estamos dispuestos a pagarlo, los momentos que surgen al ir coronándonos como pisharks bravas del Golfo merecen la pena. Porque, en el fondo, a todos nos gustan los tiburones. Y si les podemos poner mutaciones y hacer que muerdan un torpedo y lo tiren de vuelta contra el barco que se lo ha lanzado, todavía más.

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Pablo Casado

Contributor

Licenciado en Derecho, compagina sus (des)venturas laborales con las videojuerguistas. Sus pasiones son el hardcore-punk y el heavy metal, su perro Karl Max, el cómic, el cine y los videojuegos. Hace el zángano en el podcast Ocho sobre Diez y en Twitter como @PabCasado.
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