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Análisis de Hatoful Boyfriend

El Amanecer del Planeta de las Palomas.

Con la etiqueta de chiflado juego de culto bajo el brazo y con la protección de -ni más ni menos- Devolver Digital, Hatoful Boyfriend, la visual novel sobre ligoteo con palomas de la que tanto has escuchado hablar, se pone ahora las galas HD para dar su medido salto (oficial, al menos) a un occidente que la ha recibido con cierta expectación. Al menos toda la expectación que una novela visual puede recibir fuera del archipiélago nipón, con muy pocas cabeceras de relevancia obviando su aparición y con canales de Youtube y tumblrs sacándole toda la punta posible. Este eco en la prensa especializada, junto con su llamativa premisa y su publicación en Steam (es decir, fuera del tradicional hogar en consolas portátiles) convierten a Hatoful tal vez en la novela visual de los últimos años mejor posicionada para, si no abrir a la popularidad, sí al menos expandir las estrechas fronteras de aceptación en las que este género se mueve en occidente.

Es muy posible, sin embargo, que todo esto que estoy exponiendo sea más un deseo que una realidad. El gran sueño de todo amante del género ha sido desde siempre tener nuestro Final Fantasy VII, un juego-palanca que abra la puerta a toda una tradición de cultura interactiva que por aquí ni hemos olido (que en 2014 no tengamos todavía forma de acercarnos a Portopia, Mirrors, Machi o Policenauts clama al cielo). Son estos tiempos para soñar. Los mejores años de los videojuegos (desde un punto de vista estrictamente creativo, claro, de todo lo demás ya sabéis cómo vamos) están viendo nacer nuevos géneros casi cada día y lo que ayer era de nicho hoy sale del sótano para que todo el mundo lo vea y lo juegue. Que en la misma semana que va a ver cómo se libera el Kraken Destiny esté yo aquí escribiendo sobre un juego de amor ornitológico y tú estés ahí leyéndome, ya es síntoma de que estamos llegando a punto en el cualquier cosa puede pasar.

Por eso he intentado ver a Hatoful Boyfriend con los mejores ojos posibles, intentar enfocar sus virtudes hasta que todos sus problemas comenzaran a desaparecer en borrones por el rabillo del ojo. Pero una vez terminado el juego resulta complicado seguir entusiasmado con él. En unos años en los que hemos podido jugar a Dangan-Ronpa!, Steins;Gate, Love Plus, Save the Date o Digital: A Love Story, Hateful Boyfriend no puede parecer más anticuado. Pasajero de un barco que hace tiempo ya zarpó y del que nadie espera su regreso.

Vayamos al momento cero de Hatoful Boyfriend, cuando nace en 2011 como April's Fool de la mangaka Hato Moa, quien en sólo medio día crea una parodia del subgénero otome y lo sube a internet. El inesperado éxito llevó a Moa a ampliar la idea original en numerosas versiones que añadían cada vez más contenido, más líneas argumentales, mejores gráficos y más ramificaciones de la trama, en un proceso de tres años que culmina ahora con un remake en alta definición. Es posible que en esta génesis improbable se pueda encontrar la clave para interpretar el principal problema de Hatoful Boyfriend, un juego al que le cuesta gestionar su origen como chorrada y que nunca acaba de funcionar del todo bien. Como comedia apenas ofrece más que el mismo chiste de aves comportándose como humanos que lo inició todo. El desconcierto de ver a un periquito muy serio con las preocupaciones típicas de un adolescente funciona bien durante los primeros compases, las típicas ilustraciones de personajes se sustituyen por fotos de stock de pájaros y el contraste entre el teenage angst y esos ojos negros vacíos, profundamente idiotas, de los pájaros invita a soltar una carcajada, pero pierde efectividad a las pocas repeticiones. Por otro lado, en los momentos en los que adopta un tono algo más afectado, abraza los clichés genéricos con demasiada fuerza. Es cierto que para que la parodia funcione se ha de recrear lo parodiado, pero también se espera que en el proceso cuestione, de un nuevo significado o reordene de una forma ingeniosa los clichés que utiliza. Y en estas cuestiones Hatoful Boyfriend es algo perezoso.

"El desconcierto de ver a un periquito muy serio con las preocupaciones típicas de un adolescente funciona bien durante los primeros compases, pero pierde efectividad a las pocas repeticiones."

Si estamos acostumbrados a jugar a otras visual novels no sentiremos inmediatamente familiarizados con el entorno de una historia que, como es tradición, comienza en las puertas de un instituto. Jugamos como Hiyoko, la única alumna humana del instituto St. PigeonNation, y nuestro objetivo es no terminar los tres años de estudios sin ennoviarnos con algún estudiante palomo. Dependiendo de las actividades extracurriculares a las que nos apuntemos, los lugares que frecuentemos o las replicas que demos a los secundarios (en general, según arrimemos nuestra vida a la del pollo de nuestro interés) podemos avanzar por la línea argumental del bastard boyfriend, la del aristócrata clasista, la del tsundere, la del patient chilhood love interest o, la que se aleja más de los tropos de las visual novels, la marciana historia místico-repostera de Okosan.

Cada conquista aviar termina la partida. O mejor dicho: termina una de las partidas, pues, como también ocurre en otros muchos juegos del género, el juego alcanza todo su potencial en segundas, terceras y hasta décimas vueltas, cuando vamos adentrándonos (con el botón de fast-forward pulsado en casi todo momento) en nuevas ramificaciones argumentales y descubriendo una historia mayor que late por debajo de cada enamoramiento y que no se revela al completo hasta que desbloqueamos el verdadero final. Bad Boys Love, el true ending (y, por duración, casi la mitad del juego), supone un marcado giro temático y de tono que pretende dar sentido a lo que tal vez no necesitaba ponerse serio o, ni mucho menos, tener un ápice de lógica. Un esfuerzo tan grande por justificar lo absurdo que incluso renuncia casi por completo a la interactividad.

Hatoful Boyfriend es, al final, un juego menos excéntrico y atrevido de lo que podríamos aventurar. Cuenta, eso sí, con recursos narrativos no especialmente novedosos, pero efectivos y, hasta cierto punto, bien traídos, además de un buscado mal gusto en su apartado visual que agradará a todos los que encontramos belleza en las cortinillas de estrellas, los suvenires de parque zoológico y los posters de cetáceos cósmicos. Una lástima que se quede sólo en eso.

5 / 10

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