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Análisis de The Legend of Heroes: Trails of Cold Steel

Guerra, casta y estudios universitarios.

Trails of Cold Steel tiene potencial, pero sus prácticamente nulas ambiciones y manido desarrollo impiden que esta obra realmente despegue.

El prólogo de Berserk dura diez tomos. Kentarô Miura tardó casi seis años en contar la historia de cómo Gatts llegó a convertirse en el Espadachín Negro y vagar el mundo luchando contra los demonios. The Legend of Heroes: Trails of Cold Steel es también un prólogo y necesita 50 horas para narrar su cuasiépica de amistad en medio del conflicto, pero hay una diferencia sustancial frente al susodicho manga. Berserk necesita la Edad de Oro para comprender a su protagonista; es un estudio de cómo Gatts se forja un nombre entre las llamas de la guerra hasta que se convierte en un asesino imparable. Cuando Gatts dice que está vacío por dentro, que lo único que sabe hacer es agitar su espada de un lado a otro, La Edad de Oro surge para ahondar en causas y consecuencias, y es gracias al tiempo que dedica a sus amistades y cavilaciones sobre si la vida tiene algún sentido, el destino o el amor, que después nos sentimos más cerca cuando llegan el horror y la soledad. Y Trails of Cold Steel quiere hacer lo propio, pero o bien se niega a reconocer los aspectos más cliché del anime shônen que lastran su historia o, peor aún, se niega a abandonarlos en pos de algo mejor.

Rean Schwarzer es el protagonista de siempre. Es hábil, destinado a cambiar el mundo, elegido y con un pasado misterioso. No es carismático, pero todos le quieren, y si lidera el grupo no es porque sea el más apto para el trabajo sino porque tiene tan poca personalidad que no es capaz de anteponer sus intereses a los de la misión. Podría decirse lo mismo de cualquier otro personaje, desde la tsundere Alisa hasta Elliot, bishônen de turno, pasando por la orgullosa y noble Laura al arrogante pijo de Jusis o, cómo no incluirla, Fie, la chica albina sin sentimientos. El manganime no es ajeno a estas repeticiones y suele jugar con los mismos recursos, moverse dentro de ciertos confines y luego trastocarlos, pero Trails of Cold Steel no parece tener ambiciones más allá del estándar. La historia de la Clase VII, un grupo de estudiantes de la prestigiosa academia militar Thors, es una genérica y plagada de tropos y clichés que no se esfuerza hasta, literalmente, su última hora y media. Pero lo trágico es que, bajo su capa de previsibilidad, yace un intento de hablar sobre nuestros lazos al pasado, el clasismo, la redención o qué define a una persona.

The Legend of Heroes: Trails of Cold Steel es un prólogo. A lo largo de su historia se describe su mundo, un país que marca una fuerte división entre nobleza y clase baja y se enorgullece de tan arcaico legado, pero el juego no tiene el atrevimiento de mirar a los ojos al auténtico drama. Llegado un punto, los protagonistas visitan el barrio donde nació y creció uno de los miembros del grupo. El lugar se presenta como uno marginal, casi una zona del extrarradio donde la gente sobrevive como puede, pero cuando el grupo entra en casa del susodicho se encuentra con un hogar de dos pisos, bien iluminado y decorado. El barrio es un buen vecindario y quizá no tenga los mejores edificios o una lujosa fuente decorándolo, pero no hay suciedad en las calles, todos viven en paz y sin problemas. En ningún punto nadie se encuentra con un desahuciado, un mendigo, un sirviente que se mate a trabajar ganando una miseria. Los mayordomos sonríen y son leales a las familias, quienes devuelven su favor tratándolos como si fueran uno más; los nobles son arrogantes, pero ahí queda la amenaza que suponen para el resto del mundo. Hay casta, sí, pero ni siquiera los nobles más arrogantes se quedan quietos para que los demás hagan su trabajo.

Trails of Cold Steel es poco más que una preparación, un prólogo a algo mayor. Una obra rabiosamente normal y poco arriesgada. Un viaje que no duele, pero que tampoco deja una marca cuando ha terminado.

Trails of Cold Steel se conforma con hablar de estas divisiones, de lo mucho que se odian los estamentos entre sí, pero nunca llega a exponerlo directamente, a enfrentar al jugador a una situación incómoda o mostrar que el mundo a veces es simplemente injusto y un puñado de estudiantes no puede hacer nada para cambiar la situación. Mete el pie en la piscina y dice que se ha bañado, no tiene nada nuevo o interesante que decir sobre ninguno de sus temas. Está más interesado en sugerir una relación romántica que, cómo no, nunca se cumplirá o en el próximo monstruo a exterminar en uno de sus muchos recados.

Incluso si nada de esto interesa, Trails of Cold Steel adolece de un mal diseño y estructura. Toma ciertos elementos de la saga Persona, como la posibilidad de salir con otros personajes para ahondar en su relación, el calendario o el mapa a explorar una y otra vez con un grupo selecto, pero los utiliza sin saber para qué servían en primer lugar. El juego confunde la rutina con la repetición, la amistad con la conversación vacía y el descubrimiento de un lugar místico o personal con una mazmorra estándar. A lo largo de sus 50 horas el grupo de protagonistas se ve forzado a repasar las mismas tres actividades: explora la casa misteriosa, haz una prueba física a través de un combate sin impacto en la trama o dificultad alguna, viaja a una nueva localización durante dos días para, primero, matar a un monstruo y, segundo, meterte en un lío y acabar luchando contra el jefe final du jour. El juego dice que todo esto es importante, que sirve para conocer su mundo y a sus personajes, pero se acaba antojando como un intento desesperado por alargar la historia.

A Trails of Cold Steel le encantaría ser más que un JRPG genérico, pero no sabe cómo. De hecho, por momentos parece creer que se mueve demasiado deprisa y da marcha atrás para repetir conceptos ya conocidos o tratar algo obvio como si fuera un misterio. Todo evento se ve seguido por una conversación explicando repetidamente qué es lo que acaba de pasar y cuando alguien tiene una idea mínimamente sensata, todos le miran como si fuese un genio. Quizá sea porque Trails of Cold Steel no sabe lo que es el auténtico refinamiento. Está encerrado en su mundo de waifus y guerras, de personajes que empiezan a pelear porque así es como se resuelven las disputas, forzar misterios para mantener la atención del respetable.

Y al final, de pronto se corren las cortinas. Por un momento, el juego parece subvertir todo lo que había estado ocurriendo y, durante sus últimos compases, acelera los eventos hasta cerrar con un cliffhanger que sugiere lo que está por venir va a ser un espectáculo. Quizá sea así. Puede que todo esto haya sido un preludio y que en la secuela nos sirvan el plato fuerte. Pero incluso entonces, Trails of Cold Steel sigue siendo poco más que una preparación, un prólogo a algo mayor. Una obra rabiosamente normal, mediocre, poco arriesgada o inventiva. Un viaje que no duele, pero que tampoco deja una marca cuando ha terminado. Sólo el dolor del qué podría haber sido y, tememos, nunca será.

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José Altozano

Contributor

José lleva dando vueltas de un lado a otro en esto del periodismo de videojuegos desde 2011 y, que Dios nos proteja, ha acabado aquí como colaborador. Cinéfilo él, hipster aunque se niegue a aceptarlo, tiene además un canal de YouTube donde se le conoce como Dayo.
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