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Sobre hombres y colosos

La alargada sombra del gigante.

Si me preguntaran por el juego perfecto, no dudaría un segundo en responder Shadow of the Colossus, aun consciente de lo ambiguo de tal elección. La obra de Fumito Ueda, diseccionada en la suma de sus partes, probablemente diste bastante de esa perfección formal - en caso de que tal cosa exista - que el lector seguramente tenga en mente. Sin embargo, dicho título alcanza unas cotas de excelencia en cuanto a diseño y concepto muy por encima de la norma tendente en que orbita la gran masa de títulos del mundo del videojuego. Su concepto, su idea central, está plasmada con una rotundidad poética y una clarividencia sobrecogedoras.

La aventura que la buena gente del Team Ico nos despliega, como un hermoso tapiz, se circunscribe a una idea básica tan antigua como la literatura. Y no, no es el amor, expresado aquí como el motivo que mueve los pasos de Wanda. Se trata de la astucia, del ingenio humano; una cualidad capaz de enfrentar nuestra débil naturaleza contra el poder desmesurado e ignoto de un ente colosal. Y vencer. Esa astucia, que ya la tradición homérica perfilaba como la mayor y mejor cualidad humana, ha sido la responsable de numerosas y conocidas victorias de nuestra imaginería cultural, entre las que se pueden contar la del propio Odiseo contra Polifemo, o David contra Goliat. Aquí esa astucia se presenta en una doble vertiente, pues también a ella responden los hilos de Dormin que convenientemente trenzan el devenir de los acontecimientos, usando a otro en beneficio de su propio interés. Todo ello además se afianza con una figura tan poderosa como ancestral en nuestra civilización; el binomio hombre-caballo.

Wanda contra 16 colosos. Un hombre, tan sólo un muchacho, cuya humanidad quedaba patente con cada tropiezo, con esos segundos interminables pero necesarios para incorporarse tras cada caída. He aquí por tanto el primer acierto y una de las piezas claves de la efectividad poética de la obra de Ueda. Shadow of the Colossus nos pone a los mandos de un muchacho normal, sin habilidades destacables y no especialmente ágil. Esto, de entrada, ya rompe con la tendencia a la acrobacia o las capacidades directamente sobrehumanas de nuestros héroes virtuales. Wanda es un azote de realidad, una reivindicación de humanidad dentro de un sector deshumanizado. Wanda, pertrechado con una espada quizá demasiado pesada para sus brazos juveniles, equipado con un arco que dispara flechas débiles y patéticas, está dispuesto a enfrentarse a 16 criaturas inmensas y magníficas con una determinación tal que se mueve entre lo infantil y lo demente. Simplemente porque tiene que hacerlo, porque es la única manera de recuperar a la chica que ama.

Shadow of the Colossus pues, es un cuento mudo sobre la humanidad, pero también sobre la soledad. Esa soledad no sólo se refleja en los desolados páramos donde duermen los colosos, sino en la propia figura del protagonista. La soledad, o más concretamente el miedo a ella, probablemente sea el azote que espolea los pasos del muchacho hasta el punto de asumir tamaña empresa casi sin pestañear. Una soledad atroz, mordiente, que se proyecta a lo largo y ancho de las tierras prohibidas, que se extiende como un veneno y se inyecta en el cerebro del jugador, empapándolo, haciéndole cómplice y partícipe de la epopeya intimista de Wanda. Después toda esa congoja explota en mil pedazos de adrenalina cuando nos vemos frente a frente con el coloso, hostigándolo, escrutando sus debilidades, aprovechando sus flaquezas y doblegando su magnificencia a nuestra voluntad humana, pequeña y astuta como un insecto trepando por su espalda, mientras no podemos dejar de preguntarnos si eso que hacemos está bien o mal. Esa mezcla de tristeza, angustia y euforia triunfal tras acabar con cada una de esas imponentes criaturas ha sido, probablemente, una de las experiencias más emotivas y contradictorias que he experimentado con un mando en las manos.

Los motivos centrales del título del Team Ico no sólo están perfectamente plasmados a nivel de desarrollo, en su planteamiento y ejecución, sino que la representación visual y estética de los mismos es sencillamente magistral. Todos los elementos del juego están estrechamente relacionados entre sí, conformando un todo indivisible tan compacto y genial como por desgracia no suele verse en el sector. En lo personal, me resulta muy complicado contemplar la obra de estos señores como un producto de entretenimiento interactivo confeccionado con unos y ceros, sino que la considero una legítima pieza de arte digital tan vital y orgánica, tan bien diseñada y con una estética tan exquisita que posiblemente sea una de las cosas más importantes que le ha pasado a este mundillo en la última década. Y no hace falta que siente precedente, ni que todos los videojuegos aspiren a ese "algo más", pero sí es necesario que de vez en cuando algunos lo consigan, que se esfuercen por hacernos sentir cosas, que se recreen en lo estético como un fin en sí mismo.

Shadow of the Colossus es uno de esos incidentes necesarios. Tiene esos dejes y manías propios de toda obra de autor que se precie, pero también, como toda obra - genial obra - de autor, tiene esa brillantez, esa arrebatadora inspiración imposible de encontrar en productos industriales. Una fábula inolvidable en la que astucia, humanidad, amor, soledad, belleza y dolor se dan de la mano.

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