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Retroanálisis: Streets of Rage

El inicio del buen beat'em para Sega.

Hablar de Streets of Rage, significa hablar irremediablemente de Yuzo Koshiro. El compositor japonés ha sido y será siempre uno de los baluartes tras cuyas murallas nos parapetamos muchos segueros a la hora de defender a nuestra bien amada Mega Drive. Sí, cierto que bajo su condición de freelance realizó trabajos para Nintendo, como ActRaiser, pero echando la vista atrás son más recordados sus trabajos en la saga Streets of Rage o en Revenge of Shinobi (por favor, nintenderos, dejad que saquemos pecho con el bueno de Yuzo).

Asi que, por favor, antes de seguir, te recomiendo que le des al play.

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Ya lo estáis oyendo. Esta es la música que nos acompaña en la primera fase de Streets of Rage, el comienzo de la saga beat'em up por excelencia en la 16-bits de Sega. Una trilogía que conoció su clímax con su segunda parte pero que, en esta primera entrega, se dio a conocer de una manera realmente potente. Y gran parte de esa potencia viene (volviendo a hablar de lo mismo) de su banda sonora. Siendo justos, Streets of Rage perdería mucho si no fuera por las composiciones de Yuzo Koshiro, algo que no ocurre con su impresionante segunda parte.

Ese es precisamente el peor handicap con el que juega Streets of Rage, que tras él vino Streets of Rage 2, juego que, sin entrar en detalle, me parece de los mejores que parió el catálogo de Mega Drive y, puestos a formular axiomas subjetivos, el mejor beat'em up visto en 16-bits. Pero estamos hablando de su hermano mayor, un juego que vio la luz tan sólo un año antes que su secuela pero cuya calidad gráfica da a entender que esta brecha temporal fue mucho mayor.

Vista ahora, la calidad gráfica de Streets of Rage no parece propia de una máquina de 16-bits. Sprites pequeños y repetitivos, escasos frames de animación y unos escenarios decentes pero algo pobres, cuyos mejores detalles son los skylines de la ciudad que decoran el horizonte. Para 1991 era suficiente para calmar el ansia estética del momento pero, en retrospectiva, Streets of Rage no ha tenido un envejecimiento digno.

Volviendo al apartado sonoro, esta vez con los efectos, también encontramos que no son lo mejor que podía dar Mega Drive, de nuevo, gracias a que en Streets of Rage 2 estos fueron simplemente fantásticos. Los golpes en Streets of Rage no suenan con contundencia, más bien parecen golpes contra un puñado de arena mezclada con papel de periódico. La verdad es que algún efecto se salva, como el derrape del coche de policía que nos ofrece apoyo (ahora iré a eso), pero, en conjunto, la colección de efectos y voces podría haber dado más de si.

Pero dejo ya de hablar de los puntos flacos de este gran juego. Y digo gran juego porque, a pesar de sus carencias técnicas, Streets of Rage sigue poseyendo una gran jugabilidad y carisma, que no ha perdido en toda su trilogía, alcanzando su zenit en -una vez más- su segunda parte.

En mi afán de deshacer el orden lógico a la hora de presentar un juego, os hablaré ahora de la trama que alimenta a Streets of Rage, que no brilla por su originalidad, como en casi cualquier beat'em up. Una ola de crimen azota la ciudad, y ni siquiera la policía es capaz de contener el avance de un nuevo sindicato del crimen liderado por Mr. X, el cual se ha propuesto gobernar hasta la última esquina de la enorme urbe sin nombre oficial.

Es en este crítico punto donde Adam Hunter, Axel Stone y Blaze Fielding, tres agentes del orden, deciden dejar la placa y el arma en la taquilla de una comisaría sobornada hasta los cimientos, vestir de paisano y salir a la calle a repartir mamporros a cualquiera que lleve puesto un pin de "I Love Mr. X". ¿Un método eficaz? Lo dudo. Eh, pero si no fuera así no habría juego.

Axel, Adam y Blaze son nuestras tres opciones a la hora de elegir personaje. No existen demasiadas diferencias entre ellos, son casi igual de rápidos y fuertes, por lo que en realidad la experiencia de juego no cambia mucho dependiendo del personaje que elijamos. Los tres cuentan con movimientos muy similares y, cuando se vean rodeados por demasiados punkies, pueden hacer una llamada a sus compañeros de la central, que acudirán raudos en un coche patrulla (cuyo diseño homenajea a E-SWAT) y soltarán un regalo en forma de bomba o lluvia de balas de gran calibre.

Esta simpleza, esta carencia de ataques especiales propios de cada jugador, puede parecer que será un defecto más que añadir a Streets of Rage, pero en vez de eso supone una vuelta de tornas abrumadora; y es que esa "pureza" en los combates de Streets of Rage, más allá de las clásicas armas cuerpo a cuerpo que encontraremos dentro de barriles, aumenta la diversión de forma progresiva.

Y luego está la opción de jugar a dobles.

En Streets of Rage el modo a dos jugadores se desea. Es el ideal para disfrutar de este juego. Al duplicarse el número de enemigos, las fases no parecen tan vacías como cuando se juega en solitario. Incluso los enemigos de final de fase (gigantones con mala leche en general) se duplican para acrecentar el reto de repartir estopa en compañía, ya sea a la larga pero poco variada colección de antagonistas o a nuestro propio compañero de juego.

El súmmum del modo a dos jugadores se alcanza en la lucha final contra Mr. X, donde este nos ofrece unirnos a él como miembros del sindicato del crimen. Si ambos luchadores rechazan su oferta al unísono, está claro que la cosa acaba a hostias, pero si hay discrepancia y uno de nosotros acepta mientras el otro rechaza la invitación... uno de los dos tiene que morir a manos del otro, pudiendo salir victorioso el jugador con ganas de gobernar la ciudad desde el sillón de Mr. X, con lo que el final del juego cambiará drásticamente.

Es innegable que, si jugamos ahora a Streets of Rage por primera vez, su look anticuado nos hará mirar la pantalla con cara de circunstancia. Pero tan sólo se tratará de una primera impresión. A pesar de que estaremos viendo los mismos pobres gráficos y aguantando los mismos pobres efectos hasta el mismo final del juego, los obviaremos. Es el envoltorio rasgado mal pegado de ese regalo que tanto se desea.

Desde la fase 1 hasta la 8, Streets of Rage sigue embelesando por su sencillo planteamiento: este es un juego de repartir hostias, y es lo único que vas a tener. Y lo siento si mis palabras suenan contradictorias con lo dicho anteriormente, pero es que este es un juego en el que sus defectos y sus virtudes están tan delimitados que buscar los puntos flojos y mejorarlos era un trabajo muy sencillo. Y prueba de esto es que su secuela es prácticamente perfecta.

Con todo esto no quiero decir que Streets of Rage 2 legitima los errores de su precuela y ensalza su figura de clásico, para nada. Creo que Streets of Rage es considerado un clásico de Mega Drive por méritos propios. Un clásico que, seamos justos, gráficamente no ha envejecido de una manera muy digna pero que a nivel jugable mantiene el nivel de adicción de su lanzamiento.

Eso y que la banda sonora de Yuzo Koshiro sigue siendo absolutamente inmortal. No sé vosotros pero yo voy a darle otra vez al play.

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