Análisis de Fe
Mi música es tu voz.
Lo que empieza con un estruendo, con el impacto de unas luces caídas del cielo en riachuelos y acantilados que interrumpen a un cervatillo que se detenía a calmar su sed, termina con el cantar de un grillo en mitad de la noche mientras la criatura protagonista, un cachorro similar a un zorro y oscuro como el carbón, despierta aturdido. El silencio entonces da paso a dos notas ahogadas que indican que ya podemos movernos, y otro cervatillo, el mismo quizá, da un brinco a lo lejos y escapa, como pidiendo que le sigamos. Tras eso la naturaleza empieza a despertar, y cada nuevo sonido nos recuerda que estamos en un lugar repleto de vida. Ese, el sonido, es el elemento que define mejor que ningún otro a Fe, y es sin duda el más trabajado; su banda sonora es evocadora, y sus propias mecánicas lo ponen en el punto de mira como el pilar básico sobre el que se sustenta toda la aventura. Juega también con el color, alternando sutilmente tonalidades que alteran completamente el aspecto de cada zona porque es un mundo profundamente onírico, y tiene bastante sentido: Fe significa hada en sueco, y de Suecia, precisamente, es Zoink!, la desarrolladora que ha publicado el juego bajo el sello de EA Originals. Fe trata sobre la naturaleza, sobre su vulnerabilidad y fortaleza.
Eso es todo lo que nos cuenta. Luego nos deja a nuestra merced, para que exploremos con libertad y nos perdamos tranquilamente. No hay HUD. No hay ningún tipo de guía a no ser que llamemos a unos pajarillos que nos indican la dirección por la que tenemos que seguir, una ayuda que podría ser testimonial si no llegara a resultar incómodo moverse por su mundo abierto. Porque todo es muy bonito, sí, pero aquí quedarse atascado en el escalón más testimonial es algo que está a la orden del día. Y no seré yo el que diga que se ha encontrado algún que otro bug, pero me he encontrado un par, y en una ocasión tuve que reiniciar la partida para poder continuar. Se nota que es un juego al que le faltaba un par de meses, ya sea en transiciones musicales (ocasionalmente) bruscas, en un frame-rate inestable, en animaciones en las que se ve que algún movimiento se ha quedado por el camino o en saltos imprecisos que no se dejan controlar. Son pequeños detalles que empañan un trabajo artístico conmovedor, porque es una delicia para ojos y oídos; supongo que no hace falta que os recomiende jugarlo con auriculares, pero por si acaso os digo que no lo juguéis de otra forma.
Cuando la música, los sonidos y el color se abren paso y dominan la escena uno le perdona a Fe todos sus pecados. Cuando aullamos y ese nido de setas se ilumina, cuando escalamos un ciervo colosal saltando entre los árboles que crecen en su cuerpo y se mueve, y avanza lentamente destruyendo todo a su paso. Los detalles que lo empañaban siguen haciéndolo, pero cuando cantas ligeramente y los animalillos te corresponden y giran sus cabezas para prestarte atención, ese salto que no sabes dónde va o esa cámara que hace lo que quiere saben un poco menos peor. En Fe nos comunicamos cantando, pero también es necesario conseguir distintas habilidades para explorar con más soltura el bosque que nos rodea. Eso puede implicar recoger varios diamantes para planear o correr más rápido, lo que facilita el acceso a las distintas zonas de su mundo abierto, o aprender los lenguajes de los animales que habitan el bosque para cantar en su idioma y usar el entorno a nuestro favor: una planta que nos impulse, una que emita una brisa que nos mantenga en el aire, un osezno sobre el que montar. El proceso implica presionar el gatillo y regular el pitch para subir o bajar de tono y emitir el sonido necesario para iniciar una bonita amistad y una colaboración necesaria para superar los distintos obstáculos que se nos presentan. Y como puedes cantar en cualquier momento y que te correspondan animales y plantas, sientes que realmente estás influyendo en ese mundo.
Y hay amenazas, pero no hay enfrentamientos directos. Los Silentes son una especie alienígena oculta tras armaduras y con un foco en el yelmo con el que registran todo a su paso, y que parecen tener un interés desconocido en capturar la esencia de la naturaleza y corromper la vida, incluso a los inocentes animalitos que nos acompañan; nuestro objetivo es evitarlos y escondernos en matorrales para que no nos detecten. Su historia y la del mundo en el que estamos se relata a través de orbes que activan flashbacks, y monolitos que también se descubren cantando y que muestran dibujos simples que recuerdan al arte rupestre. Pero son crípticos, y dados a la interpretación; tampoco la historia de Fe es evidente a primeras de cambio, más allá de su oda a la naturaleza, pero atrapa y culmina en un emocionante final. Y excepto en ese momento, en el final, en el que ponemos en práctica todo lo que hemos aprendido, los puzles son tremendamente simples, quizá para compensar la falta de una guía clara que puede frustrar a algunos jugadores. Por eso es un juego hermoso, pero el engranaje no termina de encajar. Es divertido trepar y saltar de árbol en árbol para posarse en la copa y contemplar las vistas, pero es demasiado fácil salir disparado porque hemos saltado de más. Moverse puede llegar a resultar confuso porque todo es muy parecido y es fácil perderse, lo que supone un inconveniente cuando la exploración es necesaria para desbloquear todas las habilidades. Pero mira esos colores y el crescendo del violín. Medio risa medio en serio.
Al final, lo que importa es lo que te hace sentir, y Fe sabe conquistar en ese sentido gracias a la potente relación entre la banda sonora y el peculiar diseño artístico que nace tanto del propio juego como de la interacción del jugador, pero también gracias al mensaje que subyace: la necesidad de cuidar de nuestro entorno y comunicarnos con el que consideramos diferente. Su encanto es innegable y llega a tocar la fibra en determinados momentos, y debido a lo fácil y corto que es (entre cuatro y seis horas, dependiendo de cómo juegues) uno puede ser más comprensivo con sus carencias como juego de plataformas y quedarse con lo que hace de Fe un juego único. Resulta evidente que la tarta está a medio cocer, pero hay quien se la come igual un poco cruda.