Disaster llega en un momento de reflexión en el seno de Nintendo: tras uno de sus mejores años en términos económicos, tanto Wii como NDS han sufrido serios vacíos en sus respectivos catálogos, probablemente más por una cuestión de mala gestión y retrasos que por falta de ideas.
Que Rockstar considere Midnight Club su segunda franquicia más importante nos obliga a tratar el título con una dedicación especial. El año en que la compañía firma uno de sus juegos más redondos de la historia, las carreras de Los Ángeles parecen más una confirmación y asentamiento que una reinvención de su fórmula.
No hay que confundir desproporcionadas expectativas con sana ambición. LittleBigPlanet ha ido creciendo de forma paulatina desde su anuncio, como título para PSNetwork a producto estrella de la campaña navideña de una first party. Tras la incertidumbre y curisiodidad inicial nos encontramos con motivos contundentes; Media Molecule ha concebido el título más revolucionario y brillante de la generación.
La abstracción y sugestión es una de las principales virtudes de nuestra industria, que permite mediante simples y artificiales estratagemas perceptivas, hacernos creer que estamos conduciendo inmensos deportivos, ganando copas de Europa o salvando al mundo de una invasión colonial extra-terrestre.
Estamos ante un milagro. En medio de una generación donde los arcade racer pierden sus señas de identidad y se diluyen entre extras y capas superfluas (ni la vuelta de Sega Rally nos ha despertado de este coma), Disney ha producido un título enérgico e inmaculado, de los que ya no se destilan, que premia al jugador que se entrega a su control y no a sus burdas opciones.