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Star Wars: The Old Republic

El secreto mejor guardado de BioWare.

Me gusta La Guerra de las Galaxias.

No profeso adoración hacia ella, mirando las películas mientras de mis labios salen las frases medio segundo antes de que las digan en la pantalla. No tengo un tatuaje de Boba Fett en mi trasero, y nunca le he pedido a mi novia que se vista como Leia. Sí soy capaz de hacer una imitación decente de Chewbacca, pero ¿y quién no?

Puedo aceptar que para muchos cualquier cosa que no sea devoción absoluta hacia la franquicia sea una blasfemia, pero puedes culpar a las precuelas por mi indiferencia. Fueron un jarro de agua fría sobre la pasión que sentía de crío por la serie; tras La Amenaza Fantasma decidí que prefería quedarme con el maravilloso Knights of the Old Republic, un ejemplo de como un juego va hacia donde las películas no se atrevieron a hacerlo.

Lo cual me lleva a probar la última versión de Star Wars: The Old Republic, el juego multijugador masivo de BioWare basado en la serie que ellos comenzaron. En una presentación de la clase Agente Imperial en el Trocadero de Londres, nos encontramos en el planeta Hutta, con la misión de hacernos pasar por otra persona para infiltrarnos en el palacio de una banda Hutt. Una clase que utiliza granadas y rifles, el Agente Imperial gustará a aquellos que prefieren adoptar el papel secundario en un grupo, realizando labores de control mientras disparan al principal peligro.

Es una suerte que aunque las misiones tengan esa mentalidad de 'quest', al menos afecten a la progresión de la historia, y la profundidad de las conversaciones premie a los jugadores por su esfuerzo - más allá de acumular puntos de experiencia y mejorar tu equipo. Así que mientras consigues tu disfraz y te preparas para enfrentarte a los Hutts, el planeta se muestra abierto y ves un mundo que cobra vida.

El primer ejemplo de la gris moral del juego lo encuentras al principio de la historia de ambas facciones, con una misión para recuperar al hijo de una madre, cuyo padre lo ha secuestrado para enviarlo a una Academia en un lejano mundo exterior. ¿Aceptarás las explicaciones del padre sobre la contribución de su hijo a la causa, permitiéndole que se marche y mintiendo a la madre? ¿O forzarás al hijo a que vuelva a su hogar?

Y una vez has tomado esa decisión, ¿qué tal matar al padre delante de su hijo? ¿Mostrar al resto de gente que vas en serio, incluso si el coste es ensuciar tu propia alma?

Los jugadores más completistas estarán contentos, dada la naturaleza accidental del contenido de algunas quests. Por ejemplo, un encuentro fortuito con un preocupado ciudadano te lleva a contactar con un misterioso hombre de negro, a cazar el Evocii local y a arrancarle sus dientes como trofeo. Cuando llega el momento, ¿eres una fuerza del bien? ¿o eres una fuerza del bien que puede mirar hacia otro lado para ganar un poco de dinero extra? La decisión la tomas tú.

Si eres el tipo de jugador que simplemente quiere explorar cada rincón de cada misión secundaria y cada línea de diálogo, estás de enhorabuena, porque el componente solitario de The Old Republic está a años luz del de sus competidores. Tras 18 horas de juego alcancé el nivel 13 del máximo de 50 - la progresión del juego es buena en este MMO.

La sincronización labial es extremadamente precisa y las animaciones, en su gran mayoría, son fluidas y responden bien. Pero a pesar de que la presentación en general es eexcelente, hay cosas extrañas en los personajes. El Agente Imperial que usamos camina por el escenario con excesivo entusiasmo, con los puños apretados contra su costados con una energia nerviosa, como si en cualquier momento fuese a lanzarse a interpretar un número de un espectáculo musical.

La cantina de la guarida en la que debes infiltrarte está bien detallada, pero está poco poblada. Es en estos momentos cuando te preguntas si BioWare ha ido más allá de lo que era capaz con una escala tran grande. Hay bailarinas y una banda musical de alienígenas como en la película, pero hay una sensación de vacío en la habitación.

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John Bedford

Contributor

John is a freelance writer based in West Sussex.

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