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Probamos la VR One de MSI

Realidad virtual sin cables.

En la edición 2016 del Computex, una de las ferias más importantes del mundo sobre tecnología informática, la industria estaba totalmente volcada en la realidad virtual; nadie sabía con certeza si realmente estábamos ante el próximo next big thing que revolucionaría el mercado, pero desde luego nadie quería quedarse fuera si al final ese era el caso. Al caminar por los pasillos del centro de convenciones de Taipei encontrabas un casco VR cada pocos pasos, y tanto las grandes compañías del sector como las más pequeñas se afanaban en presentar todo tipo de dispositivos y soluciones para el gadget de moda. Y, entre ellos, unos destacaban con especial intensidad: los ordenadores-mochila.

En el evento de Taiwan pude probar, de hecho, con el prototipo de mochila para VR que había diseñado MSI, y ahora, menos de un año más tarde, he tenido la oportunidad de examinar a fondo la versión final, conocida como VR One. Las sensaciones son curiosas y los resultados mejores de lo que cabría esperar, pero al final refrendan la idea con la que volví de Taipei el año pasado.

El producto, a decir verdad, ha evolucionado bastante durante estos meses, y para bien. El VR One es más pequeño, más ligero y más cómodo que el prototipo que enseñó MSI en el Computex 2016; mide 409×292×54 milímetros y pesa 3,6 kilogramos, y aunque al sacarlo de la caja parece aparatoso, cuando te cuelgas la mochila a la espalda no molesta y aprecias lo que aporta a la experiencia VR. Gracias a la colocación de los puertos (incluyendo incluso un puerto de alimentación para las gafas) en la parte superior de la mochila y a un sencillo pero efectivo sistema para enrollar el exceso de cables del HTC Vive, las ataduras se eliminan por completo. Y con esa renovada libertad, las aplicaciones de realidad virtual son aún más inmersivas.

Por características, desde luego, el VR One va sobrado. Monta un procesador Intel Core i7-6820HK con 16GB de RAM DDR4 a 2133MHz, una tarjeta gráfica GeForce GTX 1070 con 8GB de memoria GDDR5, un disco duro SSD M.2 de 256GB (con otro slot disponible para ampliar el almacenamiento) y una tarjeta de red Killer. Es un equipo equilibrado, y con potencia más que suficiente para mover cualquier aplicación de realidad virtual, tanto en la actualidad como a corto/medio plazo, o incluso para usar juegos más exigentes si lo utilizamos como si fuese un ordenador portátil tradicional o de escritorio.

Dados los componentes que lleva en el interior, el sistema de refrigeración es clave, más aún si tenemos en cuenta que vamos a tener el equipo sobre la espalda y que lo último que queremos son molestias o, lo que es peor, quemaduras. En este sentido no hay motivo de preocupación: el VR One lleva un sistema de refrigeración a medida con nueve heatpipes y dos ventiladores tipo blower que resulta ser francamente efectivo. En las zonas que están más en contacto con el usuario nunca se alcanzan temperaturas que resulten molestas, y aún así siempre podemos ajustar las curvas con la utilidad Dragon Center. El único precio a pagar es una sonoridad un poco más alta de lo normal cuando la carga es alta, pero eso se mitiga casi por completo de forma indirecta, al ser un equipo que se usa siempre teniendo puestos unos auriculares.

Al ser un equipo portátil, el VR One opta por utilizar un par de baterías de ocho celdas para garantizar una correcta alimentación. La autonomía es de una hora y media al usar las gafas y de algo más de cinco horas si usamos el equipo como un portátil. Son unos números más que respetables, con el plus de que las baterías se pueden conectar y desconectar en caliente. Esto significa que si se están agotando podemos quitar una y sustituirla por otra (comprada aparte, claro, porque en la caja solo vienen dos) y seguir jugando sin ninguna interrupción.

En general todo en el VR One está muy bien pensado, y por eso sorprende su mayor defecto: que al arrancarlo necesites conectar una pantalla y un teclado. El usuario experto puede tratar de solventarlo trasteando con accesos directos y el registro de Windows (hay algún que otro quebradero de cabeza en el proceso, por cierto), y se puede argumentar que esto es un problema del software y no del hardware, pero sea como fuere el VR One, de serie, te exige que conectes temporalmente dispositivos para arrancar todo el tinglado. De cara a una futura revisión (o incluso como descarga para la actual) no estaría de más que la compañía taiwanesa preparase un launcher o similar para que al encender el VR One se active automáticamente SteamVR y no sea necesario enchufar nada más.

El verdadero problema del VR One es que a día de hoy es un producto de nicho, más incluso que cuando se anunció el año pasado. El interés a pie de calle por la realidad virtual parece haberse estancado en los últimos meses, y poco importa que MSI haya diseñado un producto notable si al final su público objetivo es minoritario. Para instalaciones VR y aplicaciones profesionales es una solución a tener muy en cuenta, porque ofrece la potencia que necesitan estos usuarios y resuelve la principal problemática de la actual generación de dispositivos de realidad virtual: el molesto cableado. Pero para el resto de personas, a no ser que tengan una cuenta corriente con muchos ceros, el VR One seguramente no pasará de ser una curiosa excentricidad, me temo.

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