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Rhythm Paradise

El paraíso nunca estuvo tan cerca.

No tiene gráficos HD a 1080p y 60 fps con iluminación dinámica, texturas ultradetalladas y efectos atmosféricos en tiempo real. No tiene un argumento profundo y complejo que nos obligue a reflexionar. No tiene un protagonista carismático de los que se quedan grabados en la memoria. No tiene un modo online que prolongue hasta el infinito su vida útil. No tiene modo multijugador, así que damos por supuesto que nada de cooperativo. No tiene nada de lo que muchos consideran vital en un juego hoy en día. Rhythm Paradise solo tiene, y perdonen la redundancia, ritmo. Y con eso le sobra para comerse a la práctica totalidad del mercado.

Break! Come On! Uh!

Rhythm Paradise puede parecer al ojo inexperto otro recopilatorio de minijuegos, de las decenas que pueblan las estanterías de Nintendo DS en las tiendas, con algo de música de por medio. Hay que investigar un pelín (en realidad con mirarlo en Wikipedia basta) para darse cuenta de que sus creadores son el SPD 01 de Nintendo, los creadores de los WarioWare de DS y GBA. Los mismos que redujeron el minijuego a la más mínima expresión: el microjuego. Además, cuenta con un compositor japonés medianamente renombrado por sus lares, Mitsuo Tserada. Así que ya tenemos un pequeño voto de confianza.

La propuesta es clara: un juego musical en el que, en lugar de machacar guitarras de plástico o ponernos a berrear ante el micrófono tenemos que seguir el ritmo marcado por cada canción. No tenemos exigencias de precisión visual: la pantalla táctil, completamente en blanco, es nuestra particular caja de resonancias para seguir las indicaciones del minijuego que nos ocupe, que se nos muestra en la otra pantalla.

Para la cantante más mona, el público más mono.

Al ponernos a sus mandos, tras girar 90 grados la pantalla, lo primero es aprender el movimiento de "tirar", que es más sencillo de realizar que de explicar. Baste decir que consiste en un pequeño golpe de muñeca como si tratáramos de hacer deslizar un objeto. Con este movimiento y los simples toques se vertebran todos los minijuegos. A pesar de la aparente simplicidad, la dificultad es bastante elevada (especialmente teniendo en cuenta que las campañas de publicidad se dirigen a los jugadores casuales), y en el tramo final alguno puede ser considerado una mala broma en ese sentido. Por suerte, si tras tres intentos no logramos superar alguna canción, se nos permite pasar de largo para no quedarnos encallados.

¡U-no! ¡U-no! ¡U-no! ¡Y dos, no-no! ¡Y tres, no-no-no!

Las canciones se dividen básicamente en dos grupos: instrumentales y cantadas, todas ellas de composición propia. En un loable esfuerzo de localización de Nintendo, las últimas han sido dobladas al castellano, aunque más de uno que haya jugado a la edición japonesa se sentirá decepcionado al entender las letras que, reconozcámoslo, son un poco pastelosillas y edulcoradas. No os esperéis temas de géneros musicales al uso, aunque si me preguntáis me cuesta enmarcar todas las canciones dentro de una misma línea o estilo. Por cada cuatro canciones tenemos un "remix" en el que se mezclan movimientos de cada una de las anteriores melodías. Así hasta 50, de las cuales 30 son únicas y las otras 20 versiones más complejas de las anteriores. A la larga se termina notando ciertas similitudes entre algunas pruebas, pero casi todas son únicas en su concepción.

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Jaime San Simón

Redactor

Jaime lleva en Eurogamer.es desde los inicios y es nuestro experto en juegos indie. Tú ponle ahí cuatro píxeles hechos con amor y ya le puedes dar megatones hiperpoligonizados, que él, se quedará con lo primero.

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