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Naval Assault: Muerte en el Mar

Tocado y hundido.

Dentro del mundo de los videojuegos hay géneros y géneros, pero pocos son tan éxoticos e inaccesibles como los juegos de submarinos. Son lentos y rudos, de forma que tan sólo una pequeña minoría es capaz de apreciar sus bondades por la paciencia que requieren. Naval Assault: The Killing Tide (o Muerte bajo el Mar, como se ha subtitulado en España) es una rareza, porque además aparece en exclusiva para Xbox 360. Pese a que en las dos primeras PlayStation se publicaron títulos ambientados bajo el mar, el último gran juego de submarinos para una consola doméstica fue el 688 Attack Sub de Electronic Arts para la Megadrive. ¿Será la nueva obra de Artech Studios lo que los aficionados al género llevábamos años esperando?

Al colocar el disco en la bandeja de mi Xbox 360 lo primero que hice fue dejar de lado toda la experiencia tras años jugando a la saga Silent Hunter, al 688i de Jane's o al extremadamente complejo pero reconfortante Dangerous Waters de Sonalysts. 505 Games ha sido muy clara al afirmar que su juego está mucho más enfocado a la acción que a la estrategia, y que el objetivo era hacer una especie de subsim accesible a todo tipo de públicos. El problema está en que Naval Assault navega entre dos mares, el arcade y la simulación, sin adquirir una personalidad propia y con algunos fallos garrafales que echan por la borda sus (pocas) buenas ideas.

Cualquiera que busque una experiencia mínimamente realista, por ejemplo, pondrá el grito en el cielo al averiguar que nuestro submarino tan sólo tiene siete posibles velocidades y tres grados de profundidad (superficie, periscopio y sumergido) prefijados, o que la munición no tiene limitaciones. El control de la nave es tremendamente simple (demasiado, incluso), pero debido a que tampoco es lo suficientemente preciso tareas como navegar por un campo de minas pueden convertirse en una tarea más complicada de lo que debería.

Su simplicidad podría servir para atraer al público de los juegos de acción, pero precisamente se heredan algunos aspectos de una simulación pura y dura que acabarán con los nervios del jugador menos experimentado. El más grave es el ritmo de juego: muchas veces (insisto, muchas) te encontrarás frente a la pantalla sin nada que hacer, esperando a que tu nave llegue de un punto A a un punto B. Si se da el caso toca armarse de paciencia, porque puedes estar tranquilamente entre cinco y diez minutos sin nada que hacer. El fan de la simulación lo entiende, el resto apaga la consola y se marcha a hacer otra cosa.

Tampoco es que sus creadores hayan hecho mucho por paliar esos defectos. El diseño de las 26 misiones que componen la campaña es tremendamente repetitivo y con una duración excesiva (si lo que se pretende hacer es un subsim más casual), y la IA es deficiente y francamente predecible con un poco de práctica. Además el juego es difícil, porque habitualmente te pide hacer varias cosas a la vez (atacar un convoy, esquivar minas de profundidad y huir de forma silenciosa escapando de los acorazados, normalmente) pero la interfaz no ayuda lo más mínimo.