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MotorStorm: Artic Edge

The Real Arcade Simulation.

El subtitulo de este análisis dejaría bien claras nuestras impresiones sin necesidad de escribir más líneas, pero se hace necesario ahondar en detalles y regodearnos ante la satisfacción que nos ha provocado Artic Edge. Mientras que estandartes del género automovilístico como Gran Turismo, Forza o Toca Race Driver se empeñan en trasladar a nuestros pads una física y lógica delimitada (e incluso castrada, aún diríamos) por su dependencia respecto a lo que tratan de simular, producciones totalmente ajenas a ello como cualquier Motorstorm son capaces de llegar mucho más lejos en la exploración de nuevos lenguajes o vías para el desarrollo del género.

Ya desde la secuencia introductoria, con helicópteros transportando vehículos hacia lo que será nuestro campo de batalla y acompañado de una nada disimulada épica sonora, queda totalmente demostrado cómo conjugar sabiamente anatomía arcade y normas básicas de acción/reacción parejas a las de nuestra realidad. Cada cual es libre de sentir mayor afinidad por una u otra propuesta, pero en el caso que nos ocupa hablamos de un ejercicio brillante que como mínimo encumbra a Artic Edge en todo lo alto del catalogo de Playstation 2. Por ello es lógico que a estas alturas haya resultado una sorpresa que muchos no se esperaban.

Las cifras y datos (24 vehículos personalizables y pilotos, 12 pistas y 101 eventos puntuables diferentes, modo en pantalla partida y contrarreloj) ayudan a comprender que esto no es mero trámite para la consola y su concepción original denota ambición. Ofrece una traducción de escenarios ya vistos en las entregas de PS3 mientras todavía es capaz de implementar elementos novedosos como son parajes cubiertos de nieve o la amenaza de avalanchas, y lo hace con una solvencia tal que sin dudarlo revitaliza los dos sistemas para los que ha sido creado.

Como bien sabrán los que hayan disfrutado sus encarnaciones anteriores, aquí lo importante es demostrar una buena capacidad de reflejos y sobre todo plantearse cada carrera como si fuera un combate a muerte. Si bien en los primeros eventos casi dará la sensación de ejecutar meros paseos, poco tardaremos en exigírnoslo todo para no quedar siempre a rebufo del contrario. Se hace obligatorio, pues, no perder de vista posibles rutas alternativas y aprovecharse al máximo de las cualidades que ofrece cada vehículo. Desde el viraje en el aire al enfriamiento del motor para aprovechar la barra de impulso hasta las condiciones del siempre variable asfalto y como no, salvando los obstáculos en forma de rocas, vallas, fragmentos despiezados de cada bólido que seguirán estando ahí en la siguiente vuelta...todo se comporta de muy diferentes maneras en función de si manejamos un Buggy, optamos por la inestable pero veloz moto de nieve o preferimos el casi indestructible quitanieves. Las diferentes estrategias a seguir son tan variables que la alta rejugabilidad de Artic Edge ya lo convierte en valor seguro para quienes no se conforman con superar una única vez cada trazado.

Aun así (y esto algunos tal vez lo vean como defecto), seguimos teniendo aquí un enemigo casi más poderoso que el peor de los precipicios, y es que el azar juega un papel tan determinante que no serán pocas las veces que deseemos estampar el mando contra la tele (sus mascotas al margen, hagan el favor). Intuir los posibles caminos a tomar no es tarea sencilla a altas velocidades, máxime cuando el nivel de complejidad y detalle se ha trasladado de manera ejemplar a PS2. Deberemos usar el stick derecho para situar la cámara por detrás si queremos cubrir a un rival, a sabiendas de que lo que nos encontremos por delante (tal vez un alerón desgarrado en la vuelta anterior o un inoportuno neumático) puede acabar dejándonos en cola. Esa impredecibilidad que se atenúa según vamos superando eventos convierte cada carrera en una incógnita que la mayoría de las veces se resuelve en los últimos metros, si bien con práctica, empeño, astucia y violencia es posible alcanzar el éxito.

Como sea, el camino que nos lleve hacia la desesperación o el triunfo es tan henchido de vértigo que en otras tantas ocasiones nos conformaremos con superar nuestros propios tiempos o simplemente disfrutar de hermosos paisajes. Insistimos: los saltos imposibles, bucles al más puro estilo Wipeout, niveles de profundidad vertical y constante equilibrio entre la contracción/expansión del escenario (combinando cuevas junto a anchos trazados) se mantienen intactos en esta consola, si bien es inevitable por mero techo técnico el no obtener el mismo impacto visual cuando suceden choques y nuestro piloto salta por los aires, amén de todo lo que obviamente no es reproducible. Con todo, el miedo que muchos teníamos por encontrarnos con un mero port de la versión PSP se nos ha quedado lejano.

Incluso para el que ha tenido oportunidad de jugar Motorstorm y Pacific Rift en PS3 es evidente que Artic Edge colma (por diversión y espectacularidad en su contexto) la mejor de las expectativas. No solo eso, sino que nos atreveríamos a situarlo como un arcade de conducción imprescindible en todo el catálogo de PS2, rivalizando incluso con todopoderosas franquicias como Burnout o Need For Speed. Tal vez limitado si aspiras a depender en máximo grado de una configuración previa y al detalle de tu vehículo o prefieres perderte en licencias y respuesta milimétrica... tal vez merezca la pena que dejes eso de lado durante unas horas y te prepares para gozarlas.

Me atrevería a decir que este juego no va a decepcionar absolutamente a nadie. Ya nos diréis si estábamos equivocados, aunque me apuesto unas cervezas a que no va a ser así.

8 / 10

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MotorStorm: Arctic Edge

PS2, PSP

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