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Colin McRae: DiRT 2

Mucho más que rallies.

La sensación una vez coges el volante es, igualmente, variada, furiosa, divertida a más no poder. Cada tipo de carrera requiere un tipo de juego diferente, y de esto te das cuenta instantáneamente la primera vez que pasas del R4 de Colin McRae a un Hummer (ambos, como todos los coches del juego, con una atención al detalle que va desde la cabina, recreada individualmente, hasta los sonidos, muy realistas e inmersivos) intentando jugar igual y estampándote contra todo lo que se atreva a ponerse por delante. Los circuitos, como ya sugerí antes, son espectaculares pero al mismo tiempo están bien pensados, y se ajustan perfectamente a este pequeño giro un poco más arcade que propone el juego. La propensión al salto espectacular, a los choques tremendos (en los que se deja ver el estupendo modelado de daños que tienen los vehículos) o a esos derrapes que terminan en una satisfacción enorme cuando enfilamos bien el trazado del circuito después de varios segundos dejándonos llevar por la inercia son el pan de cada día en DiRT 2; asimismo, la variedad en la conducción tiene su paralelo en los circuitos, y no es lo mismo correr en un amplio desierto croata que en un circuito indoor londinense: todos requieren una forma diferente de encarar la carrera.

En este DiRT 2 no hay motos en ninguna competición, finalmente.

La orientación un poco más arcade repercute en la relación de uno con los oponentes, y si esto es negativo o no ya depende de cada jugador: el juego no penaliza, por así decirlo, los comportamientos rastreros, con lo que chocar y sacar de la pista a los otros coches se convierte en ocasiones en una táctica muy a tener en cuenta. Por ejemplo, en cierto circuito de Marruecos hay un puente que, por ser un poco estrecho, es ideal para provocar un embotellamiento entre oponentes del que tardarán en salir bastante tiempo, el suficiente para que les perdamos de vista y no volvamos a verlos a poco que pilotemos con cierta prudencia. Tampoco es especialmente raro ver coches adelantando a otros por el aire, o entrechocarse en una orgía de vueltas de campana.

Del mismo modo, la opción de flashback (que nos permite retroceder en el tiempo y reaundar la carrera cuando deseemos) quizá no agrade a los más puretas de los juegos de rally, pero a mí me chifla y me parece un añadido muy acertado; también me parece acertado que ésta esté limitada tanto en tiempo que podemos retroceder como en usos que le podemos dar (cinco jugando en Fácil, cuatro en Normal y así hasta cero en la dificultad más elevada).

La iluminación dinámica es espectacularísima.

Hasta ahora tenemos: variedad, más desenfreno y diversión en las carreras, gráficos espectaculares y al servicio del juego.. ¿qué falla, entonces? Falla, por ejemplo, la calibración de los momentos de carrera en relación con los de paseo por los menús. Por cada hora de juego estaremos al volante veinte minutos, más o menos, dependiendo de cuánto nos paremos a mirar tal o cual detallito; esto, por otra parte, no se nota hasta que no consultas las estadísticas, porque esa hora se habrá pasado volando antes de que te des cuenta. Falla también el multijugador, que sin ser malo flaquea un poco si juegas con gente al azar y no con amigos que compartan tu pasión. No es malo, como ya digo, sólo es mediocre, se agradece como opción pero no destaca por su propio peso. Fallan muy pocas cosas, y las que fallan no son tan importantes como para deslustrar a las que brillan.

DiRT 2 es, por tanto, un juego de carreras terriblemente divertido y espectacular, una delicia para los aficionados a la velocidad y uno de los mejores del año en su género. Completamente recomendado dejar atrás lo que esperábamos de un juego que está bajo la sombra del nombre Colin McRae y dejarse llevar por la velocidad, las curvas cerradas, los coches impactando y los pedazos de carrocería volando por doquier.

8 / 10

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